La raíz e influencia del pecado
¿Qué es lo que nos mueve a pecar? ¿Es la naturaleza del hombre pecadora y por tanto “imperfecta”?. Generalmente nos preocupamos por la prevención, la gravedad y la redención de los pecados, pero ¿Es posible un mundo humano sin pecado? Esto puede ser visto más bien como una utopía, ya que desde los comienzos del hombre éste ha estado ligado a la tentación y los vicios. Lo que intentaré plantear en este ensayo es que la tendencia a pecar se encuentra dentro del ser humano, pero son el entorno, la sociedad, las tentaciones (en definitiva, agentes externos) los que condicionan y permiten el pecado. Además, ahondaré en percepciones que han cambiado a lo largo de la historia, como lo son la del perdón de los pecados y la imagen que se tiene de la muerte, para entender un poco mejor la influencia que tiene el elemento de los pecados en lo que ha sido y es nuestra sociedad. Pero sin duda la percepción de estos vicios y del acto pecaminoso ha ido cambiando a lo largo de la historia de la humanidad, a medida que nuestras estructuras sociales se van centrando en elementos distintos. Hoy en día, un elemento muy trascendente es la sociedad de consumo que nos envuelve a diario. Si bien la concupiscencia (apetito desordenado de placeres deshonestos) se encuentra dentro de nosotros, para que el acto de pecar se lleve a cabo deben existir tentaciones o influencias del medio, es decir un móvil externo a nosotros. Lo que quiero decir es que si no hubiera posibilidades de cometer un pecado, por lógica no se haría; si bien existen personas con una mayor inclinación al acto de mal que otras. Bajo esto entendemos que el pecado va también ligado al deseo, a las ansias de poseer algo o alcanzar algo. Si estas cosas no fuesen deseadas, no habría intención de perseguirlas y por lo tanto el hombre no caería en sus faltas. Otro elemento a considerar es la intención del acto, lo que aduce directamente a la conciencia moral del individuo. Si para una persona con una conciencia ingenua o con una mente trastornada es natural matar, no es comparable de la misma manera al acto de un criminal plenamente consciente de lo que hace, del mal que provoca y de las consecuencias que su acto tiene para los demás. La naturaleza del pecado está también condicionada por la sociedad, ya que muchas veces es ésta la que condena la gravedad de nuestros actos. Hay elementos y consideraciones que se alteran con el paso del tiempo o al situarnos en distintas sociedades, las que tienen distintas percepciones y escalas de valores. Esto quiere decir que el círculo hermenéutico en el que nos encontremos también pasa a determinar la consideración que se tenga de nuestros actos, las acciones toman valores distintos dentro de distintas sociedades o religiones. Esto se ve en primer lugar con los cambios de época, pasando de una sociedad que condenaba duramente los malos actos (según Bossy, “los siete pecados capitales se utilizaron para sancionar los comportamientos sociales agresivos y fueron, durante mucho tiempo, el principal esquema de penitencia, contribuyendo en modo determinante a la pacificación de la sociedad entonces”), a un mundo un poco más “ligero”, en el cual cada uno se preocupa más bien de sí mismo y puede desentenderse de lo que digan la sociedad o la Iglesia, ya que no ve una amenaza real y concreta que se le presente al pecar. Podemos decir además, entendiendo que un pecado se comete contra alguien, que, si estuviéramos completamente solos, es decir no inmersos en una sociedad, no habría opción de cometer un pecado, ya que no tendríamos contra quien hacerlo. Pero ya cometido el pecado, nos queda la pregunta ¿Cómo logramos ser “perdonados” de nuestras faltas? ¿Está este perdón dentro de nosotros mismos o es algo que viene de parte de Él? Yo creo que, a la larga, se necesita de ambas. Porque para un creyente, aunque él mismo se sienta aliviado y tranquilo con su conciencia, sin duda el saber que para los principios de su religión él no está libre de pecado lo afectará y lo hará sentirse apesadumbrado aun a pesar de lo que él piensa. La base del perdón de los pecados se centra en la reflexión, comprensión de lo realizado bajo la propia conciencia y el reconocimiento verdadero de la falta, asumiendo las faltas cometidas y con el posterior arrepentimiento honesto y sincero, con deseos de, por ejemplo, remediar el mal hecho. Esta percepción del cómo influye en nosotros el pecado y cómo se nos es perdonado ha variado con el tiempo, pasando de una valorización más comunitaria a una más personal e individual, más de introspección y autoconciencia. El sacramento de la reconciliación es un medio para encontrar dentro de uno mismo las respuestas al abrirse un diálogo con el intermediario de Dios, el cual a la vez también guía al confesado para que pueda llegar a sus propias conclusiones y le entrega respuestas y calma, mediante la absolución. Pero no podemos omitir un pasado oscuro de la Iglesia, durante el cual ésta ofrecía a sus devotos el perdón de los pecados a través del pago de ciertas sumas de dinero, “producto” conocido como indulgencias; lo cual no era más que un acto de lucro, cuyos frutos se veían luego en la construcción y mejora de lujosas iglesias. Esta y otras formas de actuar de la Iglesia fueron duramente criticadas por Martín Lutero, quien junto a otros muchos proyectos publicó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg unos avisos que condenaban la acción de la Iglesia y proponían nuevas medidas y procedimientos. Tomando un punto de vista muy comentado y famoso desde sus tiempos hasta hoy en día, podemos acudir a la obra de Dante “La divina comedia”; la cual nos muestra cómo luego después de la muerte el protagonista va en busca de su amada, Beatriz, la cual se encontraba en el paraíso, es decir donde estaban los libres de pecado. Es así como Dante va recorriendo los tres distintos mundos hasta llegar al paraíso, donde encuentra el verdadero fin de la vida. El significado de su obra nos muestra cómo en la época del barroco, para los hombres la vida no era más que una preparación para la muerte, una especie de viaje de transición entre la vida terrenal y la auténtica acción de vivir. Para la gente de esa época, entonces, durante la vida debían honrar a Dios actuando como buenos y cristianos, hacer méritos para ganarse el cielo luego de la muerte. Hoy en día, debemos entender la muerte como parte de la vida. Es decir que si amamos la vida, debemos asumir y respetar también la muerte, ya que es parte de nuestra existencia en la tierra. Es así como, a través de esta reflexión, he llegado a afirmar lo que pensaba; es decir, que el hombre se ve altamente condicionado por su ambiente a la hora tanto de pecar como de ser juzgado, lo que influye a la vez en cómo lleva su vida y cómo se desenvuelve en su sociedad; y me di cuenta de qué tan influyente es el tema de los pecados y del buen o mal obrar en nuestras vidas, ya que mediante éstos nos planteamos patrones de conducta y obra, además de metas en nuestras vidas. También, con la inclusión de los temas del perdón y la muerte, logré englobar mejor el tema, pudiendo así tener una concepción más amplia de la influencia que tienen temas o discusiones religiosas en nuestras vidas, cómo éstas pueden cambiar dependiendo de nuestras ideología o la de quienes nos rodean. M. Ignacia Alvear, IIIº C |
2 Comments:
At lunes, agosto 21, 2006,
LenCom said…
Encontré muy bueno el ensayo, me gustaronm las ideas y el tema de fondo. Se ve una preocupación una buena redacción en el ensayo.
Quizás no esta muy clara la idea del pecar y el arrepentimiento del hombre.
Te pondría un........68
At domingo, agosto 27, 2006,
Anónimo said…
María Ignacia, hola, tomaste en consideración los textos leídos y vistos. Bien.
Creo que logras ordenar tus ideas con un aporte personal, eso es importante porque al final de todo uno es su manera de entender el mundo.
NOTA 7
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