ENSAYO

11/22/2006

Hermanos de sangre pero no de alma

Hace algunos años, en una aldea remota de Córcega, nacieron dos mellizos: Quico y Caco. En un principio, su madre, Darla, los veía iguales, pero con el tiempo se dio cuenta de lo diferentes que eran: Quico era tranquilo, obediente para su edad, comía toda la comida y dormía sin despertar llorando en la noche. Por el contrario, Caco era muy inquieto, siempre estaba molestando a su hermano metiéndole los dedos en el ojo o tirándole la comida en cima, además de pasar la mayor parte del tiempo llorando, lo cual le daba a la madre mucho trabajo y a la vez confusión, ya que no podía entender que ella había dado a luz a dos seres tan diferentes. Desde pequeños, Darla prefirió mucho más a Quico, porque no le daba tanto trabajo como Caco y además a él siempre tenía que estarlo retando por alguna maldad que realizara.

Ambos niños fueron creciendo, fueron a la escuela juntos y se criaron en los típicos juegos de su edad, como cazar mariposas y sacarles el polvo, recolectar insectos, etc. Pero eso sí, Caco nunca perdía la oportunidad de hacerle algo a su hermano que era, por desgracia, un tanto más pequeño que él y eso lo hacía aprovecharse de él en pequeñas cosas, pero que luego se transformaron en una autoritaridad que a su madre no le gustaba para nada: siempre era Quico quién ayudaba a su hermano a encaramarse a una pared, pero luego Caco se iba y no lo ayudaba, o cada vez que su madre preguntaba por un favor, Caco sólo tenía que mirar de reojo a Quico para que él se ofreciera voluntariamente, pero con cero motivación en el tono de voz, sino más bien con el de alguien que se ve obligado por el miedo.

Estas situaciones se fueron agrandando con los años, y Caco cada vez tenía menos personalidad debido a que su hermano hablaba, actuaba y hacía todo por él, diciéndole que era un inútil y este, como es obvio, se lo creía y se dejaba dominar. Pero un día en la escuela, Caco se pasó del límite: la maestra estaba de cumpleaños, y llegó al salón de clases con una enorme caja de chocolates. Como es de suponer, y como cualquier niño de 7 años haría, Caco observó los chocolates durante toda la clase, ideando como obtener esa hermosa caja roja adornada con una cinta blanca y poder comer esos deliciosos bombones, sin prestar atención en lo más mínimo sobre lo que hablaba la profesora sobre letras, vocales y abecedarios.

Cuando llegó el receso, Caco se quedó más tiempo en la sala con la excusa de estar revisando su mochila, y cuando todos se fueron, menos la profesora y su hermano. Quico, adivinando las intenciones de Caco, no tardó en descubrir el significado de la mirada de su hermano, y enseguida se puso a llorar alegando que le dolía una muela y pidiendo a la profesora que lo llevara a la enfermería. Obviamente, la profesora salió rápidamente de la sala con Quico en los brazos, y Caco aprovechó la oportunidad para tomar los chocolates y meterlos en su mochila. Unos minutos después, tocó el timbre, y con eso entraron a la sala todos los niños, la profesora y Quico. Como les tocaba estudiar las plantas, la profesora decidió ir afuera, y como Quico supuestamente se sentía mal, lo dejó quedarse en la sala.

Viéndose solo, Quico quiso comprobar si su hermano había o no sacado los chocolates, y vio sin asombro que en la caja faltaba más de la mitad de los chocolates. Como era un niño muy honrado, fue hasta la mochila de su hermano y sacó todos los chocolates con la intención de devolverlos antes de que descubran a su hermano, pero para su mala suerte justo en el momento en que abría la caja para introducirlos, la profesora entró a la sala y lo descubrió. No podía entender este comportamiento de Quico, que siempre se mostró muy honrado y tranquilo, y por lo mismo le preguntó: - ¿Qué estas haciendo Quico? - A lo cual él respondió – Nada señorita, solo estoy devolviendo los chocolates a su caja. – Frente a esta obvia mentira, la profesora, muy triste, tuvo que castigarlo. Él juraba no haberlo hecho, pero ante la negativa de descubrir al culpable, la profesora no tuvo más remedio que castigarlo a él. Todos los niños le decían que era muy malo por haberle tratado de robar los bombones a la profesora que era muy buena y estaba de cumpleaños, todos menos una niña que siempre lo miraba y le dijo al oído cuando nadie los miraba – Yo te creo Quico, tu tienes cara de decir la verdad porque mi mamá siempre me ha ensañado a reconocer quienes la dicen. Tú me caes bien, pero siempre estás con tu hermano que es malo porque les tira piedras a los pájaros y mata los huevos de los nidos. – Pero nada de esto consolaba a Quico, que odiaba mentir pero le ganaba el miedo a su hermano.

Cuando llegó a su casa, lloró desconsoladamente porque nadie le creía. Su madre, que los conocía a ambos, y estaba muy extrañada de la situación, fue hasta la habitación de Caco a revisar su mochila, y descubrió lo que sospechaba: habían papeles de chocolates en la mochila. Como el que busca sabe donde buscar, lo llamó y le pidió que le mostrara sus dientes. Al hacerlo, los vio llenos de chocolate, en cambio los de Quico estaban totalmente blancos.

Al día siguiente, la madre fue donde la profesora a explicarle todo, castigaron severamente a Caco y Quico, que no podía más que sentirse aliviado, igual no sonrió por temor a que su hermano se enojara más aún con él. En el recreo, como estaba solo ya que su hermano estaba castigado, se le acercó la niña que le había creído, y le dijo – Buenos días, mi nombre es Amalia y creo que eres muy lindo. Siempre te he observado, y puedo ver en tus ojos que eres un niño bueno. Por eso me gustaría mucho que seamos amigos, pero no con tu hermano que te hace sufrir castigos por culpa suya. – Ante esto, Quico se quedó petrificado, porque no concebía la idea de jugar con otros niños que no fuera su hermano, pero desde el fondo de su corazón le agradecía a esa niña tan dulce por acercarse y darle la oportunidad.

Después de ese día, Quico aprendió a no hacer de cómplice en las mentiras de Caco y a no tenerle miedo, y pudo jugar con otros niños que eran como él.

Macarena Cánepa

III°C

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