Los pecadores y sus pecados versus los virtuosos y sus virtudes
Lo más importante para entender el pecado, es saber cuál es su antónimo: la virtud. Pero ¿qué es la virtud? La Real Academia Española (RAE) la define como “integridad de ánimo y bondad de vida, o recto modo de proceder conforme a la ley moral”, es decir, corresponde al actuar u obrar de una manera correcta y ética.
Estos dos términos, pecado y virtud, son totalmente opuestos, pero siendo el hombre un ser de contradicciones, puede poseer los dos a la vez. El predominio de sus actitudes lo llevan a la clasificación de “hombre pecador” u “hombre virtuoso”.
Como todas las cosas, los pecados tienen un vicio o cabeza que origina a los otros, como una cadena, y a éstos se les llama pecados capitales. Estos tienen, a su vez, una virtud que se contrapone al respectivo pecado. Explicados brevemente, serían: en primer lugar, la avaricia, definida como el afán desordenado de poseer y acumular riquezas sólo por atesorarlas, versus la generosidad como actitud solidaria. En segundo lugar, tenemos a la pereza, correspondiente al descuido o la tardanza en las acciones, y su virtud, la diligencia, que es todo lo contrario. Luego, podemos ver a la soberbia, que es la necesidad de ser preferido a otros, contra la virtud (incluso yo la llamaría sabiduría) de la humildad, que es el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades para obrar de acuerdo a este conocimiento. En cuarto lugar, está la gula, conocida como el exceso desordenado en la comida o bebida y la templanza como la moderación, sobriedad y continencia. Después, vemos a la tan conocida ira, que se refiere al deseo de venganza por una indignación o enojo. ¿Cuál es su opuesto? Pues la virtud de la paciencia, porque es la tolerancia y la capacidad de soportar algo sin alterarse. Para ir terminando, está la envidia, según yo la más practicada, refiriéndose a la tristeza o el pesar por el bien ajeno o simplemente desear algo que no se posee, contrapuesta a la caridad, porque es una actitud solidaria frente a la carencia ajena.
Por último, está la lujuria, la cual consiste en el apetito desordenado de los placeres carnales contrapuesta con la castidad, que es la total continencia al goce carnal. En esta última yo personalmente difiero, porque no creo que la castidad, cosa extrema, deba ser la virtud que se contraponga a la lujuria, sino más bien la abstinencia parcial y moderada del placer sexual.
Todos estos pecados y virtudes son parte de nuestra vida, pero ¿son parte de nuestra humanidad? Ya entendimos bien la diferencia, y sabemos que podemos ser uno sin dejar de ser lo otro, pero ¿cuál es el sentido de poder optar entre el pecado y la virtud?
Para responder esto, es necesario que en primer lugar analicemos lo que realmente es parte esencial de la naturaleza humana. ¿Alguna vez el lector se ha preguntado por qué los animales no pecan? La respuesta es lógica: porque los animales no tienen la capacidad de elegir, de optar, no es libre de hacer lo que quiere, es decir, no tiene uso de la razón. Al matar a otro animal, no está actuando mal porque lo hace por instinto, sin pensarlo ni analizarlo, en cambio, el hombre puede reflexionar y calcular las consecuencias de sus actos, y si aún así lo hace, está pecando. En otras palabras, el hombre no tiene derecho a decir que “peca porque es humano”, sino que debería decir que “no peca porque es humano y tiene la posibilidad de hacerlo, por lo que peca cuando no usa bien la razón”. Dios nos dio la razón precisamente para obrar como Él lo querría, pero por voluntad, no por instinto, entonces al pecar no estamos siendo más humanos, sino utilizando mal lo que se nos dio y nos diferencia de los animales, lo que nos hace más “humanos”: la capacidad de elegir y pensar.
Para terminar, haré referencia a la conocida obra “La Divina Comedia”, de Dante, que por ser tan conocida me atrevo a usar como un texto de peso en este tema. Esta historia relata el viaje de Dante en tres partes: el infierno, acompañado de Virgilio, luego el purgatorio donde se despiden, y por último el paraíso, al cual solo puede llegar después de haber redimido todos sus pecados en el purgatorio. Los invito a analizar esto ahora: si para llegar al cielo, donde sólo pueden entrar “hombres puros”, y por lo tanto ciento por ciento humanos, se deben limpiar y purificar de sus pecados, ¿podemos afirmar que pecar sigue siendo una condición humana? ¿No deberíamos decir que es todo lo contrario, que el pecar nos aleja de Dios y de la humanidad?
Todas estas interrogantes tienen una respuesta que cada uno debe darse, porque después de todo algo tan personal como la relación con Dios con nosotros como los pecados y la conciencia sólo puede establecerlo uno mismo, y este es sólo un ensayo con algunas preguntas para poder reflexionar y algunas ideas para poder responderse.
Macarena Cánepa.-
III°C